7 dic 2010

CAPITULO 13: ESTOCOLMO, LA CAPITAL DEL BÁLTICO

Despertamos con la sensación esa que te queda en el cuerpo cuando has descansado. Entre pitos y flautas han sido 10 horas durmiendo, lo que se ha convertido en el record del viaje. Las fuerzas y sobre todo, las ganas, comienzan a estar justas. Nos desperezamos y nos damos una ducha y bajamos a desayunar. La primera gran alegría del dia. Adoro los desayunos tipo buffet de los hoteles. Poder beber todo el café que quieras... bollería... pan... esas salchichas con huevos revueltos y bacon... Hemos pasado, no diria que hambre durante el viaje, pero es cierto que de homenajes gastronómicos la cosa ha estado bien justa. Prueba de ello son los casi 4 kilos de peso que me he dejado por el camino. Así que es la hora de tomar cumplida venganza.

En el salón del hotel donde se sirve el desayuno, espectacular por cierto, se oyen voces de mas gente española. Tras engullir lo que no está escrito y con casi angustia por el ansia de devorar todo lo que allí habia, nos vamos a la habitación a recojer los bártulos y dejar el hotel. Preguntamos si es posible dejar las mochilas en la consigna, por no estar todo el dia acarreandolas, y responden afirmativamente.

Cojemos el metro de vuelta al centro de Estocolmo. Primera parada, el Ayuntamiento. Las visitas organizadas al interior no nos vienen muy bien con nuestro horario, asi que lo vemos por fuera y vamos de nuevo a Gramla Slam o ciudad medieval, para verla con más tranquilidad. Primera parada, el Palacio Real, donde hacemos rato para ver el cambio de Guardia, muy espectacular por los músicos a caballo y los gestos de los guardias formando, que parecían parodias de Chiquito de la Calzada. 

Tras el Palacio Real, vino el Parlamento, con visita guiada. Muy interesante, ya que conocimos ciertas curiosidades de la democracia sueca, como por ejemplo, que el sueldo de un diputado no llega a ser el de un maestro y que ni mucho menos es vitalicio como aqui... En fin, odiosas comparaciones que hacen que te den ganas de no volver a España. 

La visita al Parlamento se alarga más de lo que pensabamos, así que a pesar del atracón de desayuno, no podemos evitar comer un perrito y una coca cola en un 7 eleven. Reponemos fuerzas y ahora vamos a coger el ferry que nos lleva a la Isla de Djugarden, donde está el museo mas espectacular de escandinavia y el Tivoli, un parque de atracciones viejo, pero con mucho encanto ya que sus atracciones no han sido renovadas y es como un viaje en el tiempo. Como no tenemos tiempo para norias, vamos al museo del Vasa. De nuevo usamos la tarjeta sanitaria europea a modo de carné de estudiante y sacamos un 2 x 1 en las entradas. 

El museo del Vasa es una curiosidad que no te puedes perder si vas a Estocolmo. El Vasa es un navío del siglo XVII que el rey Gustavo II Adolfo quiso construir para fardar de barco ante sus vecinos polacos y daneses con los que tenía por costumbre guerrear de vez en cuando. La idea fue construir el buque de guerra mas grande jamás creado por el hombre para intimidar a sus vecinos. El problema era que el rey tenía poca paciencia y sus prisas por terminar el buque acuciaban a los ingenieros. Dos años después de proyectarlo, el Rey Gustavo, invitó a todos los monarcas y nobles de los alrededores a la puesta en escena de un espectacular navío con el que asombrar al mundo. Se botó el navío con una espectacular puesta en escena y en solo 300 metros, ante la increduidad de todos, el navío se fue a pique y descansó en el fondo de las aguas del mar Báltico durante 3 siglos. 

En los años 60 el arqueologo Ander Franzen se empeñó en reflotarlo y con un operativo espectacular lo rescató del fondo del mar y durante 5 años lo estuvieron restaurando. El resultado, un museo sobre este navío que es espectacular. De lo más curioso del viaje y sin duda uno de los museos que merecen la pena visitar. Tras la visita al museo con video incluido, damos un paseo por Djugarden, otrora coto de caza de la realeza sueca y ahora barrio pijo de Estocolomo. La tarde es soleada y como es viernes hay un montón de terrazas donde la élite sueca toma copas de vino con orquestas de jazz en directo. Es digno de ver. Digno de disfrutar, pero no es algo que esté al alcance del mileurista español, ya que solo una copa de vino en una terraza del Sodermalm o Djugarden cuesta algo más de 20€ y hay que reservar mesa con antelación. Pero el nivel de vida de esta gente no es el nuestro y las terrazas, están a rebosar de clones del nuevo principe de Suecia. Si, el de gafas engominado que era el preparador fisicio de la princesa...¿Raro? Pues su look de pijo plomizo hace furor en Estocolmo y no eres nadie si no llevas las gafas de pasta, tres kilos de gomina en el pelo, con una raya peinada con un hacha y un traje de armani.

Seguimos nuestro paseo por Estocolomo, cruzando numerosos puentes ya que la ciudad en si, es un conjunto de islas comunicadas por puentes. Llegamos al AF Chapman, un navío reconvertido en hotel guapisimo y que si alguna vez vas a Estocolmo, es el lugar donde dormir. Eso si, reserva con mucha antelación por que está siempre lleno a reventar. Tras pasear por el barco, volvemos a la ciudad medieval a terminar de ver los edificios antiguos y a callejear un rato y fundirnos con el trasiego de gente, ya que es el corazón turistico de la ciudad. Como el viaje toca a su fin, no podemos evitar la tentación de la bombonería artesana del centro de Estocolmo. 


Poco a poco nos vamos haciendo la idea de que nuestro tiempo se está acabando, por más que nos queramos enfrentar al reloj. Volvemos al metro y rumbo al hotel a recojer los petates. De nuevo la mochila a cuestas, por penúltima vez. Vamos por última vez al Mc Donald's de Centralstations, donde charlamos con unos chicos uruguayos majisimos que acaban de aterrizar en Estocolmo y parecen bastante perdidos. Nosotros por nuestra parte, nos espera otra buen tute. 8 horas de autobús nos separan de Oslo. 

Subimos a las 22h30 en el bus y  a las 23h30 ya había un pestazo a pies increible. Nos tomamos las pastillas mágicas e intentamos dormir. Yo despierto a eso de las 4 de la madrugada sorprendido por la tromba de agua que cae. Increible aguacero. Veo el cruce de la frontera sueco-noruega y voy dando cabezadas hasta Oslo. Oslo nos recibe con agua, pero como conocemos el camino, vamos hacia la estación del tren, desganados, ya que hay que volver a casa y el único aliciente de hoy era coincidir con Sergio y Chelo, unos amigos de Jaén, pero nos dicen via sms que va a ser imposible.

Gastamos las últimas coronas en un café con bollos para el desayuno. En el cajero de la NSB saco los Student Ticket al aeropuerto de Rygge y subimos al tren. Llega el revisor, un clon de Vladimir Putin que nos pide los billetes y los carnés de estudiantes. Este no traga con la tarjeta sanitaria, y comienza una agria discusión. La experiencia me ha enseñado que siempre vayas a intentar colarla, o si no te fias del guardia/policia/revisor en un pais extrangero, que le dejes hablar y si ves que la cosa esta fea, intenta hacerle ver que no tienes ni idea de ingles, pero que tu llevas toda la razon del mundo. En el 99% de los casos, te van a dar por imposible, porque el truco consiste en agotarlos. Este tio tenía malas pulgas, pero yo le enseñaba la tarjeta sanitaria super convencido y cuando me decia que eso no era un carné de estudiante, yo le enseñaba al fecha diciendole que estaba en vigor... es decir, trataba de confundirle. Al final, nos da por imposible y nos dice que no vuelva a suceder... No te preocupes, nos vamos a casa.

Llegamos al aeropuerto, por cierto, mas pequeño que el de Granada, y tras un par de horas tontas aburridos embarcamos. Dejamos Noruega. El vuelo se hace algo pesado, pero finalmente, la trompetilla de ryanair nos anuncia que llegamos sin retraso. Recojemos las cosas y vamos al autobus que nos lleva a la estación de autobús. La suciedad en las calles, la situación de abandono de la estación, a pesar de ser mas o menos nueva, los servicios inundados o los gitanitos pidiendote dinero mientras nos tomabamos un bocata y una cerveza en una terraza nos dió una extraña punzada en el corazón. La que te dá cuando llegas al tercer mundo.

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