22 jul 2011

RUMANIA EN BICICLETA. CAPITULO V. "LOS PUENTES DE MADISON"


Amanece un nuevo día con las pilas cargadas. La previsión meteorlógica anuncia un tiempo mas soleado y subida de las temperaturas, en previsión de una entrada de una ola de calor. Por una vez, parece que también hemos madrugado, así que las cosas no pueden pintar mejor. Sin embargo la etapa del día se presenta como la más dura de todas. Por delante, tenemos que hacer el Puerto de Gemenea y el Puerto de Tarnita.

En la puerta del hotel
Bajamos a desayunar y como siempre se nos va el santo al cielo con la charla. Esta vez, la charla está justificada. Estamos resolviendo el camino a tomar, con la ayuda de la chica del hotel. La ruta prevista, es por una carretera sin asflatar, pero la opción alternativa supone más kilómetros en una etapa ya de por sí dura. Finalmente decidimos la ruta inicial. Preguntamos a la dueña del hotel por una tiendecita para comprar provisiones y se ofrece a hacernos los bocadillos, pero tenemos que bajar hasta una tiendecita a comprar el pan.

Cruzando las vías
En la bajada al pueblo, tengo un susto importante al despistarme en un paso a nivel y no acordarme que sobre las vías, generalemente, circula un tren. No es que estuviera a punto de atropellarme, pero si llego a llegar 20 segunditos antes a las vias, con el despiste que llevaba, no sé que hubiera pasado. Llegamos al "magazin mixt" y compramos el pan y aprovachamos para llevarnos también unas galletas y alguna que otra cosilla, escondiéndolas en las alforjas, para que no las vieran Marta y Toni.
Rampas antes de Gemenea

Subimos de nuevo al hotel y la chica nos hace unos bocatas. Cargamos los bultos y nos vamos. Al llegar a la nacional, nos cruzamos con los primeros cicloturistas, por la pinta, unos italianos. Con el despiste me paso el cruce de Slatioara, así que damos media vuelta y tomamos la carretera que, efectivamente, está en un estado lamentable. Comenzamos a subir con alguna dificultad, precisamente por ese mal estado. En estas situaciones, es más cómodo circular por una pista, que por una carretera que ha perdido el asfalto, porque normalmente, se genera una pista llena de agujeros que parece que ha habido un bombardeo sobre ella. Afortunadamente, el paisaje de montaña de los cárpatos compensa el esfuerzo ofreciendonos unas vistas magníficas.

Subiendo a Gemenea
Hablando con el granjero
Justo donde se corona el puerto, a mano derecha, hay una granja típica rumana, donde una asombrada pareja de granjeros rumanos nos miran, de la misma forma que mirariamos nosotros si nos cruzaramos con un astronauta. Paro junto a la valla para preguntar por agua y el granjero enseguida sale corriendo a llenarnos el bote. Por unos minutos, captamos su atención y nos preguntan algo que no sabemos entender, mientras comentamos la situación. Algo así como retroceder medio siglo en el tiempo. Cuando dejamos de ser interesantes, los granjeros se dan media vuelta y siguen a los suyo, así que nosotros decidimos seguir a lo nuestro.
Coronando el Puerto de Gemenea

Comenzamos la bajada, que se vuelve muy lenta por el mal estado de la carretera. Llegamos hasta la localidad de Gemenea. Se trata de una pequeña localidad de montaña perdida en mitad de la nada. Se suceden numerosas casas, algunas sorprendentemete lujosas, con la tónica general de esta zona rural de Rumanía; la parcela de tierra en la que manualmente se siega hierba para el invierno. 

La situación es de lo más auténtico que he vivido en mucho tiempo. Al aproximarte al pueblo, nos cruzamos con algunos lugareños que se desplazan entre sus casas y sus tierras en desvencijadas bicicletas, a caballo o en un carro tirado por un caballo. Es una de esas estampas que justifican el viaje. Viajar, al menos para mi, no es solo montarte en un avión y visitar los monumentos que recomienda una guia y hacerte las fotos. Es conocer la forma de vida del lugar e impregnarte de la cultura y vivencias del lugar. 
Bajada de Gemenea

Además, al llegar a Gemenea, de nuevo aparece el asfalto en la carretera, por lo que comenzamos a rodar realmente rápido. Llegamos a Slatioara, donde nos desviamos rumbo a la principal dificultad del día, el Puerto de Tarnita, ante la atónita mirada de los lugareños, que nos hacen fotos con sus móviles a nuestro paso.



El asfalto descendente se torna en una carretera de hormigón picando para arriba, aunque de forma suave. Pactamos seguir pedaleando y parar en Ostra, poco antes de comenzar el puerto, a comer. Durante todo el camino, nos encontramos con numerosos puentes colgantes, y vamos descartando uno tras otro para hacernos una foto.


Para mediodía hacemos la entrada en la localidad de Ostra. A la entrada de esta localidad, nos encontramos un pequeño chiringuito que no merece mucha confianza. Roger, Marta y Toni se quedan mientras yo avanzo un poco más a ver si hay algo mejor. Encuentro un chiringuito tras un puente colgante que si tiene pinta de poder ser cruzado en bicicleta, así que voy al encuentro del grupo y continuamos un poco más adelante. Nos fijamos en lo curioso de esta localidad, también en mitad de la nada, donde además de la casa típica rumana, se pueden contemplar unos bloques de pisos de arquitectura soviética, en visible estado de decadencia.
Entre Slatiora y Ostra


Llegamos al puente colgante y soy el único que se atreve a cruzarlo. El resto del grupo, se dedica a hacer las fotos. Al llegar a la mitad del puente, veo que una de las tablas está partida. Tal vez para cruzar andando no sea excesivamente peligroso, pero para el peso del conjunto Alfonso-Bicicleta-Equipaje si parece demasiado. Así que freno justo delante de la tabla, justo en el momento que mis "compañeros" encienden las cámaras. En lugar de una foto cruzando el puente, sacan videos míos intentando maniobrar con una bicicleta cargada en un desvencijado puente de menos de un metro de ancho, así que no tardan en producirse las risas. Vuelvo al encuentro del grupo y ahora son las chicas las que se atreven a cruzar el puente, sin bicis, por supuesto. Al llegar al punto donde yo había parado, paran ellas porque no les da mucha confianza seguir. Justo al dar la vuelta un lugareño, acompañado de dos niñas, se dedican a zarandear el puente para asustarlas y reírse de ellas, consiguiendo ambas cosas. Tras inmortalizar el momento, salen del puente colgante entre risas, nos montamos en las bicis y proseguimos hasta un "magazin mixt" cercano.


Nos detenemos a comprar unos refrescos (para mi cerveza). En la tienda hay un grupo de granjeros rumanos que nos miran con curiosidad. Uno de ellos hace el amago de intentar ligar con Toni, pero en cuanto me acerco un poco, se disculpa y sigue a lo suyo. Salimos a la terracita que tienen la mayoría de estas tiendecitas a tomarnos los refrescos y los bocadillos que llevabamos del hotel y la dueña del establecimiento nos ofrece un plato de exquisito queso casero, regalo de la casa. La verdad que para el gaste que habíamos hecho, alrededor de 3€, es algo más que una manera de agradecer el gasto que le hemos hecho.


Terminamos de comer y preguntamos a un grupo de trabajadores de la compañía telefónica rumana que acababan de llegar al lugar, la distancia hasta el Puerto de Tarnita. Me indican que son unos 15 kms aproximadamente hasta arriba, distancia que no me termina de cuadrar por el mapa. Me paro a orinar y pregunto a otro lugareño y este me dice que 10 kms. Eso me cuadra menos. Pero como queda más remedio que proseguir, retomamos la marcha, de nuevo sin prisa pero sin pausa buscando el puerto. 


Avanzamos por la pista hormigonada. El terreno va picando hacia arriba. Unos 10 kms después de Ostra, ya es definitivamente cuesta arriba. Como siempre, la espesura del bosque impide que tengas cualquier referencia visual de cuanto te puede quedar hasta la cima. La única referencia viene de unos hitos kilométricos a los que a la mitad les falta la numeración, con lo que tampoco hay referencia fiable. 
Planta de hormigon abandonada


A los pocos kilómetros de comenzar la subida, nos encontramos una surrealista estampa. En mitad de la nada, se erige una fantasmagórica factoría de hormigón abandonada, de dimensiones descomunales. Es la imagen típica que uno se hace de la época post comunista. Es como estar en una de esas película en las que ha habido un ataque nuclear y todo parece haber sido abandonado deprisa. Nos paramos a hacer fotos todos menos Toni que prefiere adelantarse un poco, pero la aventura le dura un suspiro. A los pocos segundos, se cruza con un camionero en la solitaria carretera, que le pita y le hace unos gestos más que obscenos, así que asustada, da media vuelta y vuelve hasta nosotros, que no podemos evitar reírnos.

Planta de hormigón abandonada


Seguimos avanzando cuesta arriba por el bosque espeso de los cárpato. El paisaje sigue siendo sobrecogedor, por lo solitario y salvaje del lugar. Pero la carretera se va endureciendo por momentos y la subida parece no tener fin. Los 15 kms que nos habían anunciado en el pueblo, hacía bastantes kilómetros que los habíamos dejado atrás, así que empieza a haber impaciencia por coronar. Cuando calculo que pueden quedar un par de kilómetros, me adelanto a ritmo fuerte para ver lo que queda hasta la cima. En lugar de dos, hay casi cuatro y además el último kilómetro, es el más duro. Vuelvo sobre mis pasos para darles las noticias al resto. Ellos han avanzado algo y les queda algo más de kilómetro y medio para coronar. A Toni le viene algo largo ya que viene con algo de pájara. El último kilómetro se hace muy duro, pero con fatiga, coronamos el puerto.

Ultimos metros antes de coronar


Nos sentamos a descansar en un banco y nos atiborramos de las galletas de chocolate que habíamos comprado en la tienda por la mañana. Nos abrigamos un poco y comenzamos un larguísimo descenso. Paramos a mitad del descenso a hacer unas fotos e intento torear a una vaca para hacer una gracieta. Pero la vaca no se arrima suficiente para sacarle unos buenos pases, así que desisto. Continuamos el descenso y llegamos hasta Holda, donde nos metemos en una carretera más ancha, siguiendo el curso del caudaloso río Moldovita.

Camino de Brosteni


A partir de ahora, el perfil es todo cuesta abajo. Hay que seguir por esta carretera e ir buscando un sitio donde parar. Al llegar a Brosteni, vemos una pensión de carretera que no nos hace demasiada gracia, pero entramos a preguntar. Da la sensación de que está cerrada por reformas. Sin embargo, vemos un cartel que anuncia otra pensión al otro lado de un puente y nos acercamos a preguntar.


La pensión es una casa particular en la que una simpática mujer rumana nos atiende. Nos enseña las habitaciones y pese a que no es nada excesivamente lujoso, es acojedora. Además coinciden las pocas ganas de pedalear más con las ganas de integrarnos en la vida de una familia rumana, así que decidimos poner fin a la etapa.
La pensión


Negociamos también la cena. Decidimos subir a descasar a las habitaciones y a darnos una merecida ducha. Pero no hay agua caliente. La hija del establecimiento nos dice que tardará un rato en subirla, aunque ya es demasiado para Marta y Roger que se duchan con agua fría. Nosotros preferimos esperar así que nos reunimos a ver las fotos del día para matar el rato. Cuando ya estamos duchados, bajamos a la cena.

Cena rumana III


De nuevo sarmale y snizel de pui con patatas fritas... por tercera noche consecutiva. Estoy empezando a aborrecer la comida rumana... Le pedimos una botella de vino, pero como no nos sabemos entender, nos trae unos chupitos de un licor casero. Terminamos la cena y hay internet, aprovechamos para mandar unos correos. A Marta le confirman que al día siguiente tendrá que hacer una entrevista a las 18h via móvil, por lo que la etapa de mañana, la más larga, hay que hacerla a contrarreloj.


Comentamos esta nueva situación y preguntamos por un bus que nos adelante parte del camino. Nos dicen que a las 9h de la mañana pasará por el pueblo, así que nos vamos a la cama tras pactar el desayuno a las 8h.

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